Esta madrugada me encontré a Santa Claus en el bus.
Abrió su gabardina gigante y de una bolsa secreta, saco una pequeña ánfora.
Me ofreció un trago.
Mire su rostro cansado e imagine los interminables inviernos que han causado las profundas arrugas en las que yace su rostro.
Acepte el trago.
Cerré los ojos y sobre mi rostro se poso el frió indolente de la madrugada, el vació espectral de las calles se acurruco en mis brazos, el ronco sonido del motor carcomió el silencio y amplifico la pesadez de los pasos de los pocos noctámbulos con cansancio cerebral.
Mire mi rostro en el reflejo del ventanal y el inventario de fin de año cargado en las ojeras.
Los labios relajados.
Extraje un cigarrillo de la bolsa de mi saco. ¡Era el último!
Lo encendí y se lo ofrecí.
Lo acepto.
Bebí, el fumo.
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