Uno hace poemas que después se quedan atorados en la coladera de la memoria. Alguna vez hice un poema del 14 de febrero, que no es este.
Un poema sonrojado para entretener la espera del mero empalagoso.
Pavimento y primavera.
Calles de la ciudad de México. Me absorben la cordura, ahí voy, voy: dejando pisadas de fuego. Quizás así se calcine tu recuerdo.
Calles de esta o cualquier otra ciudad.
Ahí voy, voy: transitando despistada, buscando sin saber que. Observando las ratas nerviosas y su danza nocturna. Quizás en esa cantina me encuentre o de suerte tan solo me beba un tonic. Quizás en aquella esquina me encuentre o quizás no estuvimos. Tal vez sea en vano. Tal vez pase a ser un recuerdo que escupiste en algún resquicio de esta ciudad.
Veo una puta que me lanza una mirada de fastidio... Sigo mi camino nublado. Más adelante, me encontraré al borracho de la esquina de Madero y antes de que pueda prender el último cigarrillo, la señora con el delantal manchado de primavera me ofrecerá flores podridas de amor.
Inhalo el humillo, les sonrió a todos y me alejo de su espacio.
Abordo el último vagón del metro. Nos traga furioso el túnel, descanso la mirada en algún punto imaginario y ya no pienso en ti. Nos escupe en Tlalpan, me dejo envolver por las luces de los hoteles y las señales de transito. Te mando un beso por la avenida mas grande que he cruzado, espero no se lo trague la noche. Chilla, puta.
Emmiux!
Foto cortesía de Luis Alberto Meza
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